FATIGA PANDÉMICA, el agotamiento psicológico que dificulta trabajar
Dra. Isabel Aranda
Vocal de psicología del trabajo del Colegio de la Psicología de Madrid
El impacto que el COVID19 tiene en nuestras vidas es casi indescriptible. No sólo ha afectado a nuestra salud física, nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestras costumbres y modo de vida, sino que, también, ha afectado a nuestra salud psicológica, algo que tiene un alto impacto en todas las áreas de nuestra vida y, con especial impacto, en la actividad laboral.
Nunca como en este momento se había vivido una experiencia tan compartida, tan global y tan en tiempo real con los datos día a día alertándonos y afectando nuestro ánimo.
Ante una catástrofe, y el contagio masivo del COVID19 con riesgo para la vida lo es, las personas respondemos siguiendo un ciclo bien estudiado de reacciones psicofisiológicas y conductuales.
Si en un primer momento hay una negación, pensamos que no va con nosotros que no nos afecta, cuando ya lo vemos inminente se adueña de nosotros el miedo, una emoción que sentimos ante una amenaza ante la cual nos vemos sin recursos para afrontarla. En una catástrofe habitual, a partir de ahí, iríamos evolucionando hasta adaptarnos a la nueva situación con una mezcla de emociones negativas que irían activándose unas a otras consecutivamente hasta dejar un poso de tristeza e ira predominantes.
Sin embargo, esta evolución natural no termina de producirse en estos momentos porque la amenaza no termina. Así, la segunda y tercera ola nos devuelven a la casilla del miedo una y otra vez hasta el punto de que podríamos hablar de “miedo ambiente” como una emoción colectiva compartida por la mayoría de las personas.
No se ve el fin, sino que estamos inmersos, como un hámster en una rueda que no tiene final en este momento, con la amenaza ahora de la cuarta ola.
En la primera ola, las reacciones naturales acompañaban el responder al peligro físico del contagio y la energía acumulada podía dirigirse de forma natural a tomar medidas preventivas, permanecer confinados, atender a los enfermos y apoyar a los sanitarios y colectivos más vulnerables, reacciones todas centradas en actuar, que nos permitieron descargar la adrenalina propia del peligro percibido y los niveles de ansiedad que ya estaban altos entre aquellos trabajadores directamente afectados bien por su trabajo o bien porque lo perdieron o veían la posibilidad de perderlo. La resignación y la obediencia colectiva primaron para hacer frente a la grave amenaza a nivel social mientras que a nivel laboral, fue el momento de asumir trabajar desde casa y utilizar a marchas forzadas medios digitales. La novedad y el reto dispararon las iniciativas y la digitalización alcanzó cotas inimaginables en tan sólo unos meses.
Pero, después del verano, cuando ya creíamos que el peligro había pasado, nos volvimos a encontrar con una segunda ola. Es entonces cuando el impacto psicológico sobre la población empieza a incrementarse. Una sensación de injusticia, de recompensa arrebatada como si no hubiera servido de nada todo el esfuerzo colectivo realizado, de rabia sostenida e indignación se unen al miedo y la tristeza por tanta pérdida.
Con la llegada de la tercera ola, el impacto en la salud psicológica es una preocupación añadida. El estrés continuado al que durante un año nos hemos visto sometidos, la presión constante de la información, las reglas cambiantes, las dificultades laborales, unos por la sobrecarga de la conciliación, teleeducación de los hijos y el teletrabajo, otros por la pérdida del trabajo, otros por la incertidumbre sobre el trabajo, ha llevado a que la Organización Mundial de la Salud denomine “fatiga pandémica” a la situación en la que nos encontramos que según los datos de una encuesta de la OMS afecta al 60% de la población europea.
Se trata de un fenómeno esperable, una respuesta natural a la prolongada y grave situación no resuelta que durante más de un año ya estamos viviendo. Estamos sometidos a un estrés crónico compartido que provoca especiales efectos en todos los niveles que afectan a la salud de las personas.
Se producen 6 grupos de efectos de la fatiga pandémica:
- Desmotivación hacia la prevención
- Efectos emocionales
- Efectos cognitivos
- Efectos sobre nuestra conducta
- Efectos sobre el cuerpo
- Efectos sobre nuestras relaciones
El primer efecto, la desmotivación para seguir las recomendaciones de protección, parece que hubiéramos perdido la confianza en las medidas preventivas, que desconfiemos de las indicaciones cambiantes que se nos dan desde las autoridades y estemos cansados de las obligaciones que implican en nuestras costumbres. Cada vez nos cuesta más aceptar las restricciones y confinamientos.
El segundo efecto, es la predisposición a reaccionar emocionalmente. Sometidos a este estrés crónico es más fácil que predominen nuestras emociones en el día a día. No se piensa igual y no se siente uno igual cuando está triste o airado que cuando se puede analizar la información con objetividad. El pensamiento emocional se polariza hacia lo negativo, magnifica los efectos, se vuelve catastrofista, de ahí que sea más necesario que nunca hacer un esfuerzo por analizar y relativizar la información, tomando distancia y perspectiva. Este efecto se percibe aún más en colectivos cuya actividad laboral es más sensible como aquellos que atienden a enfermos, clientes, en definitiva, de cara a cara con otras personas.
En España, el 40% de las personas presenta síntomas graves o moderados de depresión como falta de interés, desesperanza o decaimiento, según el estudio Malestar psicológico derivado de la Covid-19 en la segunda ola, elaborado por el Consejo General de la Psicología de España.
Un tercer efecto, y muy importante a nivel laboral, es la “hibernación cognitiva”, nuestra concentración se vuelve lenta, nos resulta más difícil prestar atención, comprender, tomar decisiones del día a día, recordar. Tenemos dificultades para conectar y también para desconectar. Numerosas personas hablan de “niebla mental”, una sensación de no enterarte, de estar confuso y disperso, lo que hace más complejo desarrollar la actividad laboral.
El cuarto efecto tiene que ver con el impacto de este estrés crónico, en nuestras conductas, alteraciones en los hábitos, mayor ingesta, bebida, dificultades para dormir, para trabajar.
El quinto grupo de efectos afectan a nivel fisiológico, especialmente las contracturas, fruto de la tensión muscular que provoca el estrés o subida de la tensión arterial, entre otras.
El sexto, tiene que ver con cómo nos relacionamos con los demás, estamos más tensos, más a la que salta. La falta de contacto personal y el teletrabajo no ayuda precisamente a tener unas relaciones fáciles. Las comunicaciones se hacen más superficiales, más en titulares, se malentienden los mensajes con más frecuencia, nos faltan las conversaciones informales, los encuentros que crean vínculos más claros y afectuosos. Los equipos se resienten de esta falta de contacto personal cuando no se toman medidas para paliarlo.
Este alto impacto en la salud psicológica está llevando a las autoridades a pensar en medidas para ayudar a la población a recuperarse e incrementar su resiliencia. Podemos ver una guía de estas medidas en Pandemic fatigue. Reinvigorating the public to prevent COVID-19
Por otro lado, las consecuencias inmediatas en el ámbito laboral, está haciendo que numerosas empresas estén tomando medidas para entrenar a sus trabajadores en técnicas de afrontamiento proactivo del estrés pandémico como parte de sus deberes de prevención de riesgos psicosociales. No se trata sólo de reducir el estrés habitual sino de tomar medidas para reducir el impacto de este estrés pandémico que nos afecta en mayor o menor intensidad a todos y del que no saldremos sin más. Cuanto antes se apoye a las personas para que puedan manejarse con ello y actuar proactivamente, antes podrán incrementar su resiliencia y retornar a niveles de salud psicológica adecuados que les permitan desarrollar su actividad laboral más fácilmente.
La salud psicológica se ha convertido en estos momentos en un tema estratégico en la gestión de personas.