¿Será el tecnoestrés la «contaminación» del futuro?
Asunción Berzal
Directora Técnica de la Fundación Personas y Empresas
El avance tecnológico alcanzado en los últimos cinco años y el impulso acelerado al uso de las TICS, debido a la situación que vivimos en este entorno COVID, ha provocado que la brecha tecnológica abierta entre los países desarrollados y los que están en vías de desarrollo se agrande. Con respecto a tecnoestrés, podría pensarse que se sufre más en los primeros que en los segundos, y ciertamente es así, muchas son las personas que tienen tecnoestrés o tecnofatiga por estar todo el día conectados atendiendo a los múltiples requerimientos de su trabajo. Una conexión que llega como facilitadora del trabajo, pero que fácilmente puede llegar al abuso o al mal uso de los stakeholders de la empresa.
Por otro lado, en los últimos años la digitalización de las herramientas de trabajo, así como el uso de las TICS para mejorar la productividad en el trabajo se estaban extendiendo inexorablemente por todo el mundo. Originariamente, este hecho podría suponer un impulso para el Objetivo 8: “promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos”, pues sería más fácil encontrar trabajo sin importar en que país del mundo estuvieses, pero ¿es eso algo real y general? Para los nativos digitales de países en vía de desarrollo el uso de la tecnología y su acceso a redes si puede propiciar una mejora de sus posibilidades de encontrar un empleo más digno y estable, aunque el hecho de alcanzar este objetivo pueda suponer para ellos caer también en la hiperconexión, y por tanto el tecnofatiga al tener que hacer frente a los requerimientos de disponibilidad de personas con las que colabora con husos horarios distintos a los suyos, poner el límite a las horas de conexión y poder tener vida personal puede ser un reto al que por perdida económica u oportunidades de trabajo no puedan hacer frente.
Ahora pensemos en todas esas personas que hacen manufacturas artesanas o son agricultores por ejemplo en una pequeña población de África, Latam o Asia con difícil acceso a las redes y con un bajísimo nivel de alfabetización digital, el poder vender sus productos fuera de su mercado local puede suponer para ellos la supervivencia de su actividad debido a la crisis económica mundial, pero lograrlo pasa por una inversión en tecnología, en tiempo y esfuerzo para conseguir aprender y usar las herramientas tecnológicas necesarias. ¿Cuántos han podido hacerlo? ¿Cuál ha sido el coste personal? Tecnoestres, por supuesto.
Pero vayamos un poco más allá, todos sabemos que las TICS están en constante cambio. Desde que empezamos nuestro vida profesional el número de programas y herramientas ha ido in crescendo, programas más eficaces, más rápidos que requieren un uso fluido para ser operativos y, eficaces en su uso. Esto nos lleva a poner el punto de mira en el Objetivo 4: “garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover las oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos” donde surge una nueva barrera pues el acceso al aprendizaje no es tan universal como debería ser, y, nuevamente para que se democratice la tecnología vuelve a ser una herramienta crucial ¿Podrán aprender esas personas las herramientas/programas necesarios para mantener a la altura de los requisitos globales de efectividad y rapidez? Imposible no, difícil sí.
Y, para terminar, reflexionemos sobre la relación del Objetivo 3 sobre Salud y Bienestar que busca “garantizar una vida sana y promover el bienestar en todas las edades”. No podemos hablar de personas saludables si no cuidamos nuestra salud mental. El tecnoestrés, la tecnofatiga, la tecnoadicción pueden conllevar enfermedades mentales y provocar enfermedades físicas por el hecho de que por nuestro trabajo hagamos un uso excesivo o un mal uso de las TICS. Si a eso añadimos que el tiempo de ocio está cada vez más asociado a conexiones digitales, se multiplican los efectos negativos en nuestra salud física y mental de un uso continuado de las mismas.
¿Será el tecnoestrés la contaminación del futuro? ¿Lograremos equilibrar su uso beneficioso con su abuso? Quiero pensar que habremos aprendido de la contaminación ambiental provocada por los avances humanos y que de esa “contaminación e hiperconexión” actual de nuestra mente pasaremos a encontrar herramientas “hibridas” que dejen oxigenarse a nuestros sentidos y nuestro cerebro.