No hay peor ciego que el que no quiere ver: Estrés y Mindfulness

 En Dichos populares y conceptos de RRHH

Javier Cantera, Presidente de Auren Blc

¿Por qué todo el mundo quiere formarse en Mindfulness? Antes hablabas de un curso de gestión del estrés y nadie quería aceptar que su empresa generaba estrés. Hoy día, estás haciendo un curso de mindfulness y tienes prestigio. Como bien sabemos los que llevamos unos años en Recursos Humanos, los términos de moda nos invaden para responder a necesidades humanas. El coaching era la necesidad de conversar, las competencias eran la necesidad de operativizar la personalidad y el mindfulness es la necesidad de gestionar el estrés. Bienvenida esta moda, siempre y cuando no caigamos en un panteismo de pensar que la herramienta de gestión (mindfulness) justifica el no actuar sobre lo que genera estrés. Está bien que dotemos a las personas de estrategia para relativizar la importancia de un entorno estresante, pero también es importante interesarse en cambiar y mejorar el entorno. No hay peor remedio que cambiar la forma de percibir la realidad para pensar que lo estamos mejorando. Estoy de acuerdo con la “actitud Viktor Frankl”, que se trata de relativizar todas las penalidades hasta transformarlas en obstáculos superables, pero siempre y cuando sea un medio para poder intervenir en mejorar el ambiente.

Por un lado está bien el relativizar las penurias de un campo de concentración para sobrevivir, pero por otro hay que apoyar al ejército aliado para derrocar el régimen nazi. Yo resumo estas conductas con este refrán tan español de que: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. En multitud de ocasiones me encuentro con creyentes en paradigmas varios, que se obnubilan y niegan la realidad, seguidores de sectas pseudocientíficas que encierran la realidad en su explicación. Me ha pasado con el coaching ontológico, el PNL, el eneagrama, etc., espero que no nos pase con el magnífico concepto del mindfulness. No podemos ser ciegos por no querer ver que la realidad es más grande que nuestra teoría.

El mindfulness es una gran técnica para gestionar nuestra dedicación diaria, de grandes beneficios para la empresa y para las personas, especialmente a la viceversa, y ante todo, sirve para poner foco en tu cambio como base para cambiar la realidad, que es el argumento básico para conseguir hacer las cosas. En un libro que se acaba de publicar de David Michie: “Por qué el mindfulness es mejor que el chocolate” (Ed. Aguilar, Diciembre 2015) quedan claras sus ventajas y me encanta su definición, por sencilla y divulgadora. Nos dice que el mindfulness es definido por tres pautas:

– 1. Prestar atención al momento presente. Cambiar el “modo narrativo” de la vida que dicen los neurocientíficos y pasar al “modo directo” centrándonos en los sentidos. De contarnos nuestro presente a vivir o respirar dicho presente.

– 2. De forma deliberada. Hay que entrenar y dedicar tiempos para hacerlo, especialmente si eres principiante, porque el día a día y las prisas necesitan que te estés narrando continuamente y no simplemente respirando. Debemos elevar a la consciencia nuestras sensaciones vitales.

– 3. Sin emitir juicios. Como decía en un libro Rosa Montero cada uno tenemos “la loca de la casa” que es nuestra mente enjuiciando y catalogando la realidad. Nuestra mente racional es aquel continuo juez que etiqueta la realidad como buena y mala, y condiciona nuestras conductas.

Creo sinceramente en la utilidad del mindfulness como técnica de mejora de tu experiencia empleado, pero debemos salvaguardar su fuerza haciendo algunas intervenciones que les eviten que se queme como paradigma evocador pero no práctico.

De aquí los siete consejos (como los siete sabios de Grecia) que me surge para hacer que este paradigma siga dándonos tantas alegrías:

1. Superar la separación Oriente/Occidente. Estoy harto de que se identifique el mindfulness con la cultura oriental y el estrés a la cultura occidental. Aquellos que conocemos la historia hispanorromana reconocemos que el mindfulness era practicado por los romanos. En las villas romanas, como la magnífica de La Olmeda en mi tierra de Saldaña (Palencia), se observa una vida con mindfulness, sus termas, sus jardines, sus salones temáticos según el día, su orientación al sol, a la luna, por tanto hay que destacar que en Occidente había una forma de mirar con mindfulness. Son los romanos, como decía Horacio, los que tienen varios conceptos muy de atención plena como “Beatus ille” (Dichoso aquél), “Carpe diem” (Atrapa el día), “Locus amoenus (Lugar ameno) y el que más me gusta que es “Tempus fugit” (Tiempo que vuela). En fin, que nuestros antepasados hispanorromanos tenían el mindfulness en su día a día, y que posteriormente ha pasado a la cultura popular a través de la filosofía de vida rural, tan cercano a respirar la escarcha, sentir la plegaria y oler el amor que se practicaba en el día a día.
2. No echar la culpa a la infoxicación. Hay personas que practican el mindfulness por la tensión informativa del día a día. El tecnoestres no deja de ser una forma moderna de las exigencias del entorno. Si antes teníamos unos horarios fijos solo pensábamos en el trabajo en el momento que estábamos físicamente en el trabajo, hoy día, la desubicación de las obligaciones laborales nos lleva a no tener tiempo determinado de ocio y/o trabajo. Pues bien, volvemos al mundo rural, en este entorno hay obligaciones diarias inexcusables, principalmente si eres ganadero, y no por ello estamos estresados. Es decir, el caminar con las obligaciones debe darnos el poder de la flexibilidad de entender el trabajo. La presión informativa empieza cuando uno no sabe gestionarse personalmente. Si un mail no puede dejarse de contestar, si un whatsapp me obliga a responder, en cierto sentido estamos visualizando la flexibilidad de los medios como nuevos dictadores temporales. Hay que librarse de ladrones de vida enmascarados de tecnología y plantearse tiempos de observación, gestión, reflexión y duración. Este modelo, que me lo enseñó un sargento en la mili, siempre me encantó. Decía el sargento Rebollo que en el día había que observar (leer El Marca), gestionar (hacer la instrucción), reflexionar (echarse la siesta) y divertirse (irse al bar). Y, lo mejor que decía era que no era pleno si le faltaba alguna de las cuatro actividades diarias. El tecnoestrés es la forma actual que el ambiente nos requiere para dar nuestra mejor versión de nuestra libertad de atención. El problema no es el ambiente sino como lo vivimos y como lo transformamos.
3. Meter la meditación en tu día a día. Hay gente que no valora la modorra de la siesta, el café matutino con el periódico (ipadiano), las duchas inspiradoras, el gin tonic conversado, el vino en la cocina, etc. Multitud de ocasiones para meditar, para quitarte el piloto automático del hacer cosas, del querer llegar, de criticar, de enjuiciar… simplemente hay que vivir. Hay una frase maravillosa de Bimba Bose que habla sobre que cualquier ocasión del día: “No es algo que decides, es una oportunidad que aprovechas”. Tan importante es querer hacer como querer ser. Tan importante es proteger estos tiempos personales (no confundir con tiempos familiares) para tener un mindfulness en tu día laboral. Las liturgias y los rituales de meditación se necesitan para aprender o para recordar al hacedor que hay que tener tiempo para ser.
4. Superar el sentimiento de soledad. Como dice Thich Naht Hanh: “Las personas sufrimos porque estamos secuestrados por nuestros juicios”. Creemos que estar solo significa que no eres apreciado. Saber estar y ser en soledad es una gran cualidad, ya que a fin de cuentas, nacemos y morimos solos. En esta sociedad donde la conectividad y el estar acompañado esta tan sobrevalorado, caemos en pensar que el olvido y la soledad son nefastos cuando es una necesidad humana para ser. Como decía Gilles Deleuze: “No es el deseo el que se convierte en necesidad,, es todo lo contrario, son las necesidades las que se convierten en deseo”. Es verdad, debemos desear nuestra soledad, tras vivir socialmente en todos los momentos, pues la reflexión en soledad te da percepción y altura a las relaciones sociales.
Yo tengo que dar las gracias a esas misas largas de mi infancia en los 70, porque me enseñaron a pensar en soledad. La misa me servía para tener una experiencia de pensamiento en soledad, primero pensaba en mis sueños, luego en mi realidad y al final de la eucaristía ya había repasado toda la semana. Aunque algún empellón del cura me llevé, pero aprendí a estar bien en soledad conmigo mismo. Estar sólo te sirve para apreciar y valorar las relaciones sociales.
5. Centrar la técnica y no elaborar teorías. Como todo paradigma exitoso hay multitud de libros quincallas alrededor que hay que obviar. Muchos caen en un excesivo elogio de la meditación, convirtiendo una técnica casi en una teoría. El mindfulness simplemente es una técnica para buscarte a ti mismo, para ser tú mismo pero no es una teoría. Hay multitud de aficionados a la psicología, tan perniciosos como el psicólogo que psicologiza la realidad, que han descubierto América en estos tiempos con la meditación. Hemos escuchado multitud de memeces orientales, de libros de autoayuda más para los autores que para ti, y ante todo, mensajes interesados para vender su libro. Como decía Abraham Lincoln: “Se puede engañar a alguien siempre, a todo el mundo alguna vez, pero no a todos indefinidamente”.
6. Utilizar la neurociencia como holismo. Hay directivos obsesionados con la neurociencia como explicación total de la realidad. Sin duda que los descubrimientos neurocientificos son avances a analizar e integrar, pero no debes olvidar una visión integral de la realidad. Centrarse solo en la neurociencia y despestrigiar otras ciencias, como la psicología, nos empequeñece. Aquellos que conozcan el modelo cognitivo-conductual de una terapia cognitiva nos darán la razón. Cuando este modelo asegura que no hay una relación causa-efecto entre la realidad externa y nuestras emociones, sino que es la forma como interpretamos los acontecimientos como es nuestra forma de pensar, y al fin, lo que nos hace felices o infelices, es tan válido como saber exactamente el funcionamiento de las neuronas espejos. Debemos avanzar en diversas áreas de conocimiento para tener una visión integral e integrada de la vida humana.
7. Reducir el fin a la felicidad. Pensar que todo lo hacemos para ser feliz es encerrar la vida en un marco de continuos sinsabores. Aceptar que la infelicidad es un paso para apreciar la felicidad es el principio de tu propia felicidad. Que la felicidad debe surgir en el camino y que contar la superación de la infelicidad es en si mismo una felicidad. Hacer mindfulness como proceso de vida, que a veces estamos en infelicidad y otras la felicidad es una visión más realista. No quiero más vida utópica de eterna felicidad, porque no sería realista. Como decía mi abuelo hay que saber tocar las campanas a muerte para saber voltear mejor las campanas de fiesta, y aquellos que aprendimos a tocar una campana lo sabemos. La felicidad me recuerda el pensamiento de R.W. Emerson que decía: “El regalo más grande es dar una parte de ti mismo”, lo importante para ser feliz es el esfuerzo continuo de tu ser para hacer feliz a los demás.

En fin, que hay que vigilar que el discurso del mindfulness no se centre en gurus orientales, en tecnoestrés, en posiciones flor de loto, en estar solo en oscuras habitaciones, en creerse que es una teoría de la vida, en justificar todo por la neurociencia y en acabar con la dictadura de ser un feliz eterno. El mindfulness es una gran herramienta (un gran siervo para un gran señor que es la vida) pero debemos integrarlos en nuestra vida como algo racional. Lo normal es que no tengamos tiempo para ser persona y para vivir la vida. En fin, a este gran término anglosajón le viene como anillo al dedo nuestro refrán: “No hay peor ciego que el que no quiere ver” o como decía mi hijo, que no sabía decirlo.: “No hay peor vista que la de un ciego”. Monta tanto que tanto monta.

 

Javier Cantera, Presidente de Auren Blc

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